December 2021 in Revista Chilena de Antropología
El cerro Verdún: un santuario de montaña en Uruguay
Resumen
Desde hace más de un siglo, el santuario mariano en las alturas del cerro Verdún constituye el más importante centro de peregrinaje religioso de Uruguay. Es visitado por multitudes en ocasión de celebraciones anuales de carácter patrio. El presente trabajo tiene por objeto documentar la diversidad de creencias y prácticas rituales asociadas a dicha colina, que incluyen peregrinajes realizados por diversidad de motivos individuales y familiares. A través de ascensiones y entrevistas informales, se procura ampliar la comprensión del cerro Verdún, no solo como santuario mariano de antigüedad centenaria, sino también en el contexto de la creciente visibilidad que la dimensión simbólica de la montaña está adquiriendo actualmente en Uruguay.
Introducción y antecedentes
La colina del Verdún se encuentra situada a cuatro kilómetros de la ciudad de Minas, enclavada en uno de los paisajes más montañosos de la geografía de Uruguay. En sus alrededores, el llamado cerro de Artigas se encuentra coronado por una estatua ecuestre del prócer más celebrado en la historia de la Banda Oriental. El vistoso cerro de Arequita, con distintivos farallones de roca desnuda casi verticales, es meca de escalada en roca y punto de reunión para la práctica recreativa de rapel.
Actividades vinculadas al bienestar y a búsquedas de índole espiritual son promocionadas en la región minuana, donde un monasterio budista acoge a visitantes interesados en experiencias meditativas. Asimismo, un valle serrano que forma parte del terreno de una estancia se ha convertido en foco para un turismo de corte “esotérico y místico”. Promocionado como “el Hilo de la Vida”, el recorrido debe realizarse acompañado por un guía local y permite apreciar un curioso conjunto de apilamientos rocosos con forma cónica. Si bien los arqueólogos vinculan a los conos de piedra con actividades agrícolas de despiedre introducidas por la conquista europea, la folletería turística de la estancia les atribuye una antigüedad “incalculable” y los interpreta como “enigmáticos vestigios de una avanzada civilización precolombina” (Ceruti, 2020).
El monte del Verdún sobresale, entre otros cerros minuanos apropiados con fines turísticos y recreativos, como principal centro de peregrinaje religioso en Uruguay. Coronado desde hace más de un siglo por una imagen de la Virgen María que denota su sacralidad, se ubica aproximadamente a ciento veinte kilómetros de Montevideo, capital de la república y lugar de origen de muchos de los peregrinos que acuden a este destacado santuario de montaña. A los pies del cerro, el verdor de las colinas uruguayas se ve interrumpido por terrazas de tonalidades ocres labradas escalonadamente, que forman parte de una imponente cantera de áridos (Figura 1). El monte alcanza una modesta altura de 326 metros y debe su nombre a uno de los primeros pobladores de la región, el vasco Juan Bautista Berdún, quien se asentó en sus inmediaciones a comienzos del siglo XIX.
En respuesta a una exhortación papal realizada al principiar el siglo XX, muchas montañas de la península ibérica y Latinoamérica fueron activamente “cristianizadas” mediante la colocación de cruces o imágenes marianas en la cima. En el año 1900, el Presbítero José de Luca, párroco de Minas, solicitó autorización a los propietarios del terreno para construir un santuario. Una imagen de la Virgen de la Inmaculada Concepción fue inaugurada en la cima del Verdún en 1901 y diez años después, se construyó allí el templete que actualmente la custodia.
En un acápite dedicado al santuario nacional de la Virgen del Verdún, la página web de la Conferencia Episcopal de Uruguay hace referencia al origen de la devoción. Informa que el periódico La Paz Católica publicó, en fecha 2 de Septiembre de 1900, que “la estatua de la Virgen que se pensaba colocar en Arequita, será puesta sobre la cumbre del Verdún y se proyecta una gran romería, una gran peregrinación para el día de la inauguración” (Conferencia Episcopal del Uruguay, 2021). El hecho de que la imagen de la Virgen del Verdún hubiese sido originalmente pensada para ser colocada en el vecino cerro de Arequita, suele ser pasado por alto, pero tiene lógica si se consideran las variables de visibilidad y accesibilidad en el análisis del paisaje sagrado minuano. Quizás se pensó inicialmente en el monte de mayor atractivo visual, pero se terminó optando por un cerro de mayor accesibilidad, que facilite la subida de los peregrinos.
Espacios católicos en la Web, como la página Aleteia, describen al Verdún como “el cerro que pone a Uruguay más cerca del Cielo” (Cesio, 2018) y reproducen digitalmente noticias vinculadas al santuario, publicadas a lo largo de más de un siglo por la prensa gráfica tradicional. La cobertura periodística de la primera romería realizada a la cima del Verdún revela la participación de tres mil fieles y la intención de entronizar la imagen como “cristiano recuerdo en los albores del siglo XX”. El Papa León XIII acompañó la iniciativa concediendo la indulgencia plenaria a los peregrinos que llegaran al cerro.
Una detallada investigación en perspectiva histórica realizada por Susana Monreal (2016) analiza las procesiones al cerro Verdún desarrolladas hasta el año 1941, interpretándolas como actividades de resistencia frente al proceso de separación de la Iglesia y el Estado. Nos recuerda que, en la primera mitad del siglo XX, las peregrinaciones marianas concertaron oposición desde la prensa anticlerical y que la imagen de la Virgen del Verdún llegó a ser mutilada, suscitando a su vez, ulteriores acciones de desagravio.
Las estaciones del Vía Crucis en el Verdún fueron erigidas en 1947, en tanto que en 1975 se construyó una iglesia en la base del cerro, dispuesta de tal modo que su fachada de vidrio mirase hacia la cima del monte. En 1977 se edificó una Casa de Ejercicios Espirituales que precede a la entrada del santuario. Ese mismo año se llevó a cabo la restauración de la imagen de la Virgen, que había quedado dañada por la intemperie.
En 2012, la Conferencia Episcopal uruguaya declaró formalmente al cerro como Santuario Nacional de Nuestra Señora del Verdún. El templete en la cima fue restaurado y vuelto a inaugurar el 19 de abril de 2014. En el año 2015, fue construida en la cumbre una capilla semi-subterránea dedicada a Nuestra Madre de la Misericordia.
Desde su inauguración como santuario mariano, el Verdún ha crecido en importancia como multitudinario centro de peregrinaje religioso. Las romerías a la cima de este pequeño monte se han mantenido vigentes durante más de cien años y congregan a decenas de miles de caminantes en determinadas fechas de importancia histórica para el país.
La principal peregrinación colectiva tiene lugar cada 19 de abril, ocasión en la que se conmemora el desembarco de los 33 orientales dirigidos por Lavalleja. Las actividades realizadas durante la festividad incluyen la celebración de misas en la base y en la cima del cerro, el ascenso en procesión rezando el Vía Crucis y el rezo del Angelus en el templete. El santuario llega a congregar a unos 80.000 fieles y a todos los miembros de la Conferencia Episcopal de Uruguay.
El cerro atrae también a devotos que ascienden por motivos familiares o personales a lo largo del año. Los móviles religiosos que llevan a emprender el ascenso incluyen las preocupaciones por la salud y las rogativas por situaciones familiares o sociales delicadas. Sin embargo, en foros marianos y otros espacios de divulgación religiosa no se menciona la creciente importancia que el santuario reviste en relación con ritos fúnebres, aspecto que se puso de manifiesto con claridad durante el trabajo de campo.
Una de las primeras instancias de uso funerario del cerro Verdún se remonta al año 1932, ocasión en la que los restos mortales del sacerdote y poeta Olegario María Nuñez fueron llevados al pie del Calvario. Se dice que el llamado “poeta de la Virgen” había anticipado el tratamiento mortuorio que se dispensaría a sus restos, cuando escribió: “en un repliegue de tu serranía mi humilde ceniza se estremecerá”.
El arqueólogo Arturo Toscano y la antropóloga Leticia Canella han sido pioneros en el estudio y puesta en valor del patrimonio intangible de la República Oriental del Uruguay. Entre numerosos documentales antropológicos filmados a lo largo de varias décadas -que incluyen un relevamiento pormenorizado de oficios tradicionales en zonas rurales- se cuenta una producción audiovisual realizada hace aproximadamente veinte años, dedicada a documentar la peregrinación del mes de abril a la Virgen del Verdún. Sin embargo, ambos colegas mencionaron, durante una reunión mantenida en las oficinas de la Dirección de Patrimonio Cultural en Montevideo en noviembre de 2018, que hasta entonces no se habían dado a conocer publicaciones académicas de corte antropológico que abordasen al cerro del Verdún como monte sagrado.
El presente trabajo se enmarca en los estudios antropológicos sobre montañas sagradas que, por más de dos décadas, he venido realizando en distintas geografías de nuestro planeta. Asimismo, puede ser concebido como parte de los emergentes estudios de “movilidades sagradas” que se desarrollan actualmente en la cuenca del Plata. Se opta por una aproximación holística o integral, en la que se combinan aportes de la etnología, la etnografía y la historia, reconociéndose como antecedentes las propuestas desarrolladas por Edwin Bernbaum (Bernbaum, 1990 y 2006) y Adrian Cooper (Cooper, 1997) para el estudio de las montañas sagradas, y los aportes de Richard Bradley (2002) para el abordaje de paisajes naturales desde una perspectiva arqueológica. Los datos reunidos incluyen entrevistas informales, testimonios etnográficos espontáneos y aspectos simbólicos y cúlticos relevados durante las experiencias de campo. El análisis se estructura teniendo en cuenta la delimitación de espacios sagrados y profanos, la arquitectura sacra, las creencias tradicionales y los ritos en torno a la actividad del peregrinaje (Crapo, 2003; Dark, 1995; Hicks, 2001). La categoría de “santuario de montaña” se aplica desde un punto de vista conceptual antes que estrictamente geográfico, teniendo en cuenta el papel simbólico y ritual que conllevan ciertos montes, devenidos en importantes lugares de culto popular pese a contar con una altitud por demás modesta.
Caracterización del santuario mariano en el Cerro Verdún
La base del cerro Verdún suele ser alcanzada por los peregrinos en vehículo particular. Sin embargo, aunque no es sea una opción preferencial, también se puede llegar caminando algunos centenares de metros, desde una parada de autobús junto a la carretera (con servicio esporádico desde el centro de la ciudad de Minas).
La iglesia construida al pie del monte responde a un estilo arquitectónico modernista y presenta un espacio interior amplio y despejado, con algunas imágenes y ofrendas resultantes de la devoción popular (Figuras 2 y 3). Este templo resulta poco visitado, quizás debido a encontrarse debajo del estacionamiento vehicular, en dirección contraria a la que adoptan los peregrinos al iniciar el ascenso al cerro.
El sector de acceso al santuario incluye también un par de estructuras precarias donde se dispone un pequeño parador para la venta de bebidas y sándwiches, junto a una habitación que cumple las veces de tienda de recordatorios y santería. La tienda-santería cuenta con imágenes de la Virgen del Verdún, el Padre Pío de Pietrelcina, San Expedito y demás santos propios de la devoción popular argentina y uruguaya (Figura 4). Se pueden comprar cirios y velas, rosarios, medallas y hasta camisetas con una foto impresa de la Virgen que corona el cerro. Las imágenes del Padre Pío son tan numerosas (o más) que las de Nuestra Señora del Verdún. En Uruguay la devoción a este santo se extiende a lo largo y a lo ancho del territorio, alimentada por los relatos que ubican en la localidad de Salto a uno de los más notorios episodios de bilocación atribuidos a la figura del Santo de los Estigmas (Ceruti, 2014 y 2020).
En el pequeño restaurante adyacente a la santería es posible adquirir bebidas frescas y algún emparedado o sándwich. Pregunté a la encargada del local -quien hace más de veinte años que ejerce como cuidadora del santuario- acerca de la devoción popular y sus móviles. Me respondió que de lunes a viernes son pocos los visitantes que llegan al santuario, en tanto que en fines de semana el número suele superar los dos o tres centenares. Sin embargo, destacó que cada 19 de abril, la cima del cerro Verdun recibe alrededor de 80.000 peregrinos, en el marco de la multitudinaria romería que congrega a devotos procedentes de distintos rincones del Uruguay. Durante el trabajo de campo, en la tarde de un lluvioso Domingo de primavera, logré contabilizar alrededor de treinta peregrinos.
La encargada comentó que la arquitectura en la cima del monte es totalmente moderna, ya que el santuario ha sido reconstruido en los últimos años; razón a la que atribuye que “prácticamente no quede nada” de las ofrendas que solían depositarse en la cima. Refirió que años atrás, infinidad de placas conmemorativas tapizaban las paredes del muro que rodeaba a la imagen de la Virgen.
En relación con la fundación del santuario, la cuidadora confirmó que se remonta a unos cien años atrás y atribuyó la iniciativa al párroco de Minas, quien deseaba que la ciudad tuviese una imagen protectora. A la pregunta de porque se eligió dicho cerro en particular, explicó que constituye un lugar preferencial desde el cual la Virgen queda “mirando” a la ciudad de Minas y de noche “parece flotar suspendida” sobre la población a la que protege.
El vía crucis
La subida a la cima del cerro Verdún se realiza exclusivamente a pie, siguiendo una angosta carretera de aproximadamente un kilómetro de extensión, que supera un desnivel de unos doscientos metros mediante pronunciados zig-zags. Se trata de una huella vehicular no pavimentada, mezcla de tierra y ripio, la cual por tramos ha sido labrada sobre la roca viva del cerro. El tránsito de vehículos se encuentra impedido por una cadena que cierra el paso, a escasos metros del parador situado en las faldas bajas del cerro.
Cada cincuenta o setenta metros de distancia se disponen estaciones de un Vía Crucis erigidas al borde mismo del camino vehicular (el cual carece de banquinas). Frondosos ejemplares de la flora serrana uruguaya, incluyendo palmeras enanas y arbustos, dan marco a dichos calvarios, que aparecen acompañados de carteles altamente legibles donde se exhorta a los devotos a no apilar piedras (Figura 5). Pese a la reiterada advertencia, se observan montículos y piedritas dispersas a los pies de casi todas las estaciones. La depositación ritual de guijarros en espacios asociados a santuarios de montaña es frecuente en el mundo andino, donde aparece vinculada al rito precolombino de la apacheta. También se hace presente en el mundo celta, en particular en montañas sagradas de Escocia, Inglaterra e Irlanda (Ceruti, 2016a y 2017a).
Durante la visita al santuario del cerro Verdún documenté la inusual forma de trasladarse de un peregrino, que descendía a paso veloz, pero caminando hacia atrás, evitando dar la espalda a la cima del cerro y manteniendo la vista hacia la parte alta del monte (Figura 6). Tuve que esquivarlo al pasar a mi lado y aproveché la ocasión para preguntarle porque bajaba caminando de espaldas. Pensé que quizás se trataba de una técnica indicada para una instancia de rehabilitación física. El peregrino me sorprendió con una efusiva respuesta: “Por ella”, dijo, señalando hacia la imagen en la cima. “Es mi homenaje; yo nunca le daría la espalda porque ella nunca me dio la espalda. Nuestra Señora es la Reina de mi vida”.
Una familia se detuvo para rezar ante una de las estaciones intermedias del Vía Crucis, tras haber participado de un rito fúnebre. La mujer, de unos sesenta años, se veía muy emocionada mientras explicaba que minutos atrás, junto a su esposo y a su hijo, habían estado arrojando las cenizas de su padre, recientemente fallecido, desde la cima de la montaña. Me dio a entender que las mismas habían quedado esparcidas al pie de una de las cruces.
En este punto cabe hacer una acotación acerca de la problemática arqueológica que supone la creciente tendencia a esparcir cenizas de difuntos en zonas de cumbres de montañas, que ya fuera objeto de comentario preocupado años atrás por parte de colegas que trabajan en geografías tan diversas como el Parque Nacional Yosemite en California (Paul Depascale, comunicación personal, 2007) y el monte Txindoki, en el País Vasco (Ceruti, 2015a). En efecto, la preocupación se manifiesta también en la cartelería del santuario del Verdun, dejando en evidencia cuan extendida se encuentra esta práctica. Un llamativo cartel en el interior de la iglesia situada en la base del cerro apela a la responsabilidad de los devotos visitantes, exhortándolos específicamente a no dejar allí las cenizas de los difuntos.
Muchos devotos llevan grandes bastones de madera, indicadores de su estatus de peregrinos (Figura 7). En ciertos casos, los bastones cumplen una crucial función práctica, ya que algunos caminantes se explayan acerca de cuan complicado les resulta el terreno y apuntan a la imperiosa necesidad de contar con apoyos para poder recorrerlo. Entre ellos, recuerdo a una mujer que representaba una edad de apenas treinta y cinco o cuarenta años, que se movía con evidente dificultad en el roquerío, vacilando a cada paso, sostenida de cerca por su compañero. Supuse que la razón de su visita al santuario de la cumbre podía estar vinculada a la recuperación de la salud física; pero al preguntar al respecto, su compañero tomó la palabra y me relató una ceremonia de memorial fúnebre que habían llevado a cabo en la cima, con la intención de finalizar la elaboración de un largo duelo por la muerte de un bebé en la familia. Se trataba, según pude entender, de un hermano suyo, cuya muerte en la primera infancia había quedado convertida en un tema tabú del cual prácticamente no se hablaba. El ritual en la cima -del cual no me ofreció detalles- había procurado dar un cierre a la dolorosa situación. Me explicó la importancia de haber podido “hacerlo a tiempo”, mientras sus padres aún se encontraban en condiciones físicas de subir el cerro “para ver a la Virgen”. Hacia el final de la conversación, me interrogó acerca de temas típicamente vinculados a creencias esotéricas y de corte New Age, comentando luego con su mujer (que asentía en silencio), que “siempre que venían al cerro” se encontraban con personas “entendidas en cuestiones de energías y de las constelaciones familiares”.
El santuario en la cima del Cerro Verdún
La cumbre del Verdún está aplanada artificialmente y alcanza un diámetro de unos cincuenta a setenta metros. La imagen de la Virgen, orientada claramente en dirección a la ciudad de Minas, se encuentra entronizada sobre una estructura a modo de cúpula, que la eleva más de diez metros sobre la superficie de la cima (Figura 8). El monumento ha sido construido en el centro de una plataforma de planta circular, de unos veinte metros de diámetro, rodeada de “canteros” dentro de las cuales se observan numerosas velas parcialmente derretidas y flores de plástico, además de medias, ropa de bebé, rosarios y otros objetos personales dejados impromptu como ofrendas.
Tanto las paredes exteriores e interiores de los canteros artificiales como los bloques rocosos naturales más prominentes en la cima han sido usados intensivamente para la colocación de placas conmemorativas, en agradecimiento por favores recibidos y en recuerdo de personas difuntas de todas las edades (Figura 9). Sobresalen las placas acompañadas de fotografías de infantes fallecidos (Figura 10), a los que en distintos rincones de Latinoamérica se conoce como “angelitos” (Ceruti, 2010).
Por detrás de la cúpula que sostiene la imagen de la Virgen, la plataforma se extiende hacia un amplio balcón artificialmente delimitado, que ofrece una vista panorámica a los campos y sierras que rodean a la ciudad de Minas -se distingue con claridad el perfil abrupto del cerro Arequita, fácilmente reconocible en razón de sus farallones de roca viva, de notoria verticalidad-. El balcón constituye el techo de una inusual capilla que ha sido construida parcialmente bajo tierra, y cuenta con amplios ventanales que se abren en dirección al vistoso panorama serrano (Figura 11). El interior del templo alberga varias filas de asientos, reclinatorios de madera y una gran imagen de la Virgen María sosteniendo el cuerpo muerto de Cristo, de modo que asemeja a la famosa estatua de la “Piedad” (Figura 12). El tema escultórico viene a reforzar, desde el lenguaje plástico, la importancia del monte como escenario de culto fúnebre. Sobre la pared derecha de la capilla, hacia la entrada, se observa espacio dedicado a los confesionarios y más adelante, un gran cuadro con una imagen pintada del Sagrado Corazón de Jesús. El fuerte viento que azotaba la cima penetraba por la puerta abierta de la capilla y se amplificaba con un macabro e incesante ulular, aunque el fenómeno no parecía distraer la atención de un único devoto que rezaba fervientemente en soledad.
Una numerosa familia, de aparente procedencia rural, fue haciéndose presente en la cima en el momento en que me disponía a iniciar el descenso. Primero llegaron tres adolescentes revoltosos, desesperados por tomarse fotos para subir a las redes sociales. A los pocos minutos arribó el padre, acompañando a dos niños pequeños, que miraban las ofrendas y placas mortuorias con curiosidad. Cerrando la marcha apareció una joven madre, embarazada, que cargaba a un infante en sus brazos. Los integrantes adultos de la familia se entretuvieron observando las placas fúnebres y las ofrendas, mientras los niños correteaban en derredor.
Aproximadamente a unos cien metros de distancia, en el otro extremo de la cima, se encuentra instalado un conjunto de antenas transmisoras. La visión de los pararrayos situados en la parte alta de las antenas me devolvió algo de la tranquilidad que los espesos nubarrones primaverales me habían quitado, ante las gruesas gotas que comenzaban a caer y el peligro de rayos y centellas en ciernes. La lluvia se fue haciendo más intensa a medida que apuraba el paso, en marcha descendente, a través de las estaciones del Vía Crucis. Se convirtió en chaparrón al momento en que llegué al parador en la base del cerro.
Consideraciones y conclusiones
Uruguay es reconocido desde un punto de vista paisajístico por sus penillanuras onduladas y por sus costas fluviales y marítimas. En ausencia de grandes elevaciones en el paisaje, y en un contexto de avanzada secularización, la importancia religiosa otorgada a las manifestaciones orográficas ha sido más bien escasa. Un buen ejemplo se encuentra en el emblemático monte Pan de Azúcar, que se levanta 380 metros sobre el nivel del mar, no lejos de las famosas ciudades costeras de Piriápolis y Punta del Este. Más allá de su esporádica utilización como mirador, la presencia de una imponente cruz (de 35 metros de altura) erigida desde hace más de medio siglo en la cima, no parece haber suscitado o promovido actividades de índole religiosa (Ceruti, 2020). De algún modo, el santuario mariano en la cima del cerro Verdún constituye una excepción a la regla, dada su considerable trascendencia como centro de peregrinaje católico, que viene siendo celebrada desde hace más de un siglo.
En la geografía montuosa de Uruguay sobresalen los llamados “cerros chatos” del norte del país, y los sistemas de sierras o “cuchillas” que atraviesan el interior del territorio. Característicos por su antigüedad precolombina son los llamados “cerritos de indios”, en cuyas cimas se han documentado parapetos de piedras de planta circular u oval. Las investigaciones arqueológicas de estos montes se encuentran avanzadas, gracias a la labor de Moira Sotelo, cuyas observaciones han sido compiladas y analizadas en el marco de su tesis doctoral (Sotelo, 2018). Asimismo, la divulgación a la comunidad ha sido hábilmente encauzada a partir de la redacción de un volumen de literatura juvenil titulado “Más cerca del Cielo: misterios de la arqueología uruguaya para niños curiosos” (Sotelo et al., 2014), distribuido como material de estudio en escuelas y colegios secundarios.
Desde una perspectiva simbólica, la importancia de la montaña parece haber ido creciendo en el imaginario colectivo uruguayo, a partir del famoso accidente aéreo ocurrido en plena cordillera de los Andes hace más de cuatro décadas. La caída del avión precipitó una de las historias de supervivencia más extraordinarias de la segunda mitad del siglo XX, recordada en libros escritos por los sobrevivientes y llevada al cine en el filme “Viven”. Desde hace algunos años, el Museo Andes 1972 revela los pormenores de la hazaña (incluido el controversial canibalismo in extremis), a la vez que exhibe objetos rescatados del lugar del accidente, ilustrando detalladamente acerca de las características adversas del entorno cordillerano. La presencia de un museo dedicado a la montaña, en pleno corazón histórico de la ciudad de Montevideo, puede haber incrementado el interés por los montes entre los residentes de la capital uruguaya. El impacto de los museos de montaña en el imaginario colectivo local -y su efecto en la promoción del interés por el montañismo- han sido puestos de manifiesto en un estudio de campo sobre la red de Museos de Montaña que el escalador Reinhold Messner inauguró en la región alpina de Sud Tirol (Ceruti, 2016b).
Recientemente, la importancia del paisaje de montaña en Uruguay ha comenzado a reforzarse también mediante la búsqueda de experiencias “mágicas” o “esotéricas”, en el contexto del auge de un turismo al que suele caracterizarse como “místico”. Se ha visto que las sierras que rodean a la ciudad de Minas son valoradas en virtud de las “energías” que se dice que de ellas emanan, que invitan a la meditación en el monasterio budista local, o al circuito de turismo místico conocido como “el Hilo de la Vida”, que atraviesa una estancia. Asimismo, las elevaciones que enmarcan a la ciudad costera de Piriápolis -el monte Pan de Azúcar, el cerro San Antonio y cerro del Toro- son concebidas como “lugares de poder” vinculados al legado de Francisco Piria, el visionario fundador del balneario, a quien se aludía frecuentemente como “alquimista” (Ceruti, 2020).
En este sentido, el cerro Verdún es un monte sagrado que se diferencia claramente de otras elevaciones -consideradas actualmente como “centros energéticos o de poder”- por la antigüedad centenaria, el perfil mariano y el origen eclesiástico del santuario. Su función como lugar de peregrinaje es comparable a la de otras montañas sagradas, en lo que respecta a los móviles de las ascensiones, que se realizan individualmente o en grupos familiares, con fines de celebración religiosa, rogativas por cuestiones de salud o para la conmemoración de algún difunto (Figura 13).
En lo que respecta a la geografía sagrada, es interesante advertir un detalle frecuentemente ignorado en la historia del santuario: que la imagen de la Virgen del Verdún había sido originalmente pensada para coronar la cima del vecino cerro Arequita. Mucho más vistoso por su conformación geológica y de mayor imponencia visual en el paisaje local, este otro monte debió haber tenido mayor significación para los pobladores originarios charrúas y minuanos.
Indudablemente, el culto mariano en el cerro Verdún se nutre de un sistema de creencias traído a Latinoamérica por los inmigrantes de origen europeo. Lo cual resulta lógico, si se tienen en cuenta las importantes corrientes migratorias que llegaron a ambas márgenes del Río de la Plata durante finales del siglo XIX y principios del siglo XX. La tradición de sacralizar montañas mediante la construcción de capillas en sus bases y Vía Crucis en sus laderas es de larga data. Sobran ejemplos al respecto, tanto en los Andes (Ceruti, 2013) como en los Alpes (Ceruti, 2018b).
La vinculación simbólica de espacios de altura con la figura de la Virgen María es muy frecuente en los Alpes franco-italianos: a los pies del Monte Blanco se yergue el santuario de Notre Dame de Guerison (Ceruti, 2015b); sendas imágenes de la Virgen coronan las cimas de gigantes alpinos como el Gran Paradiso (Ceruti, 2017b) y la cumbre Zumstein del Monte Rosa (Ceruti, 2016c). En el medioevo, los trovadores que recorrían las cortes de los señores feudales de la región provenzal, promoviendo el amor cortés, habrían sentado las bases para dicho fenómeno, ya que la devoción a la Virgen María, inalcanzable en su santidad, es heredera del amor profesado a la también inasible “dama” medieval. Ecos de este tipo de manifestaciones devocionales se dejan escuchar en la poesía uruguaya dedicada a Nuestra Señora del Verdún; así como en las efusivas manifestaciones verbales de algunos peregrinos a este santuario.
Inaugurado en 1901 y utilizado ininterrumpidamente como centro de peregrinaje, el cerro Verdún adquiere una dimensión patrimonial e histórica que se suma a su ya establecida trascendencia religiosa. El más importante lugar de culto mariano de la Banda Oriental no cuenta, sin embargo, con una leyenda fundacional que legitime su papel de cerro sagrado, remitiendo a pretéritas instancias de apariciones milagrosas de la Virgen. Lo dicho supone una diferencia importante con otros santuarios marianos de montaña estudiados en el norte de Argentina, tales como Sixilera (Ceruti, 2015d) o Punta Corral (Ceruti, 2013). Las leyendas de hallazgos de imágenes portátiles de la Virgen María en entornos de altura también han colaborado con el surgimiento y legitimación de santuarios marianos en cadenas montañosas europeas, como en el caso del santuario de Nuria, al pie del Puig Mal, en los Pirineos Catalanes (Ceruti, 2018a), o el santuario del monte Lussari, en los Alpes Julianos. El hecho de que no haya sido necesario recrear la existencia de una leyenda fundacional para el emblemático santuario del Verdún puede estar vinculado al temprano debilitamiento del sistema de creencias de los pobladores originarios uruguayos.
La experiencia de campo en el Verdún revela la importancia de este monte sagrado en ritos familiares (e individuales) relacionados con los difuntos. La utilización del santuario como escenario para arrojar cenizas hace eco de la cada vez más extendida opción por la cremación. No solamente es referida en el discurso de numerosos peregrinos, sino que aparece explícitamente reprobada en la cartelería oficial, por la que se intenta disuadir a los devotos describiendo a la práctica como “poco respetuosa”.
Además de la disposición final de restos cremados y cenizas, la importancia del cerro Verdún en los ritos fúnebres uruguayos se plasma en la gran cantidad de placas y arreglos conmemorativos (fotos, flores, etc.) que son dedicados en la cima, a personas fallecidas de un amplio espectro etario. Se advierte asimismo el papel que se atribuye en ciertas placas a la Virgen del Verdún, como guía de las almas en su tránsito al más allá (Figura 14). En montañas relativamente accesibles de los Alpes también se han documentado advocaciones de la Virgen María a las que se otorga un rol semejante en los ritos fúnebres; por ejemplo, en el caso de Nuestra Señora del Zerbion, en las inmediaciones del monte Cerviño (Ceruti, 2015c).
La importancia del cerro Verdún como sede de culto mariano a nivel nacional debe ser entendida también desde la realidad secularizante que caracteriza a la sociedad uruguaya. En un contexto social de un notorio laicismo, atravesado por creencias y prácticas rituales cada vez más eclécticas y complejas, el santuario del cerro Verdún, con su multitudinario poder de convocatoria y su historia centenaria, constituye uno de los más apreciados baluartes del culto mariano y emblema de identidad para la comunidad católica uruguaya.
Resumen
Introducción y antecedentes
Caracterización del santuario mariano en el Cerro Verdún
El vía crucis
El santuario en la cima del Cerro Verdún
Consideraciones y conclusiones